lunes, junio 07, 2004


Una noche como las anteriores, hasta la madre de gente, olor a alcohol, a cigarro, cansado, caminando como zombie, los dedos adoloridos por tocar 4 horas seguidas. Dando tumbos entre la gente, por fin completé mi camino del escenario a atrás de la barra, los oídos aún con ese beep, los ojos al piso. Destapo una coca, me divierte el psss de la lata, un par de tragos y ahora sí, volteo hacia la gente detrás de la barra. Nada nuevo.
De pronto se acerca un mesero con una moneda en la mano, llega a la barra y tira la moneda, se nota en su cara que está harto y cansado; son las 2 am; prende su lampara con resignación y se tira un clavado a las piernas de la gente. Despés de un minuto, sale como ahogado a la superficie y trae en lo alto sus trofeos: su moneda y un teléfono celular. Se dio cuenta de que yo lo veía y decidió ser honesto...Me regresó el teléfono y lo dejamos en la barra por si alguien reclamaba.
Mi mente maligna empezó a actuar, a huevo, me iban a dar un buen varo por esa madre...igual y nomás le cambia de chip y me la quedaba yo, que más daba.
Nadie reclamó el teléfono, me fui a mi casa con él. Tendido en mi cama, triunfó el vouyeur que llevo dentro y empecé a leer los mensajes que tenía guardados y la historia era básicamente ésta: El teléfono era de un güey bien pedote con una novia incomprendida que le pédía a gritos atención...No sé porqué tuve la impresión de que yo podía ser quien le diera atención a esa mujer, claro, si estaba guapa, si no que siguiera desatendida.
Al otro día tuve la lucha típica de la pastorela, entre devolver el teléfono o quedarmelo...ganó el devolverlo, por la curiosidad de conocer a la mujer del dueño. Le envié un mensaje a la novia, me llamó nos pusimos de acuerdo y le entregué el teléfono: nada sorprendente.
Qué quedó de todo esto? pues me parece que lo más valuable fue la gran, gran satisfacción de hacer lo que uno (en el fono, muy en el fondo, tal vez) piensa que es lo correcto, de no ser ojete por el simple hecho de serlo. Hace mucho tiempo que no sentía tal satisfacción al hacer algo por alguien, y esto como me recordó que la felicidad está en esas pequeñas pendejadas y que estos pequeños detalles (como ver la sonrisa de la chava cuando le di el teléfono y decirte sinceramente "Gracias") son los que te hacen olvidar por un instante que tal vez te secuestren hoy o mañana, que te pueden matar por los 20 pesos que traes (o que no traes) en la cartera, etc.
VIVA MEXICO SEÑORES.
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