viernes, mayo 28, 2004



La muerte chiquita
Pa' Cortázar

Estaba sentado en su carro, esperando a que cambiara la luz. Los vidrios abajo, el aire acondicionado al máximo soplando furioso, los brazos pegados a sus costillas, sudorosos.
La mano que a veces soltaba el volante aprisionado para enjugar la frente que goteaba implacable estaba adolorida.
Cerró sus ojos y los presionó fuerte, se recostó hacia atrás en su asiento; era la cuarta luz verde que continuaba parado, viernes, 6pm. Dormitó y se vió corriendo - no, más bien volando-- volando entre arboles, rápido, rápido, volando con su cuerpo de moscardón, feliz. Daba vuelta por aqui, se detenía por allá, volando entre el bosque húmedo, se detenía sobre algún arbol, descansaba. La humedad de la corteza lo reconfortaba, echaba a volar de nuevo, con ese gran zumbido.
Abrió los ojos, y seguía entre el tráfico, volteó hacia los lados; no sabía si se quedó dormido o no. La mujer del auto de al lado lo ve con cara firme, hermosa, acalorada con su blusa blanca de botones, los dos primeros abiertos, mostrando sus senos un poco nada más. Suficiente para llamar su atención.
Se sintió descubierto y sonrió, ella le correspondió.
Ella tomó su botella de agua de algún lugar dentro de su auto, bebió el último trago y arrojó el envase vacio a la parte de atrás de su auto, él rió sin saber porqué...
Adivinó que ella le preguntaba "Qué?"
Nada, dijo él exagerando el movimiento de los labios.
--Tengo sed y señaló hacia la botella vacia
--Ahí hay una tienda y señaló hacia la tienda.
--Gracias.
--Vamos?

Bajaron de su auto, no quitaron las llaves, no tenía sentido. Dijeron sus nombres, compraron agua --fría por favor, helada --. Ella con sus largos y elegantes dedos que vestían unas uñas perfectas, retiró la cubierta de plástico y bebió. Él torpemente la arrancó e hizo lo mismo con su botella, el calor lo asfixiaba. Cerró los ojos mientras se sentaba sobre la banqueta e invitaba a la mujer a hacer lo mismo --no te quieres sentar?
Soñó de nuevo sobre la banqueta, era el mismo moscardón, zumbando, entrando en la parte más obscura y más húmeda del bosque, se hacía tarde, casi no entraba la luz por las hojas de los árboles, comenzó a sentir miedo, tantas historias acerca de las arañas...pero no! no le podría pasar a él!
Dio una vuelta y se sintió perdido, recordó el camino, dio una vuelta más; el pasillo de árboles se abría frente a él, al fondo la luz, estaba cerca de salir y contarles a todos pero de pronto su zumbido dejó de romper el silencio, estaba atrapado.
No se podía mover, sus alas eran inservibles. Luchaba pero sólo conseguía desperarse más, no podía ser cierto, siguió luchando contra la telaraña hasta que rompió una de sus patas, gritó y se desmayó.
---para dónde vas?
--- aqui al sur, a mi casa y tú?
---estás bien? te ves raro... yo voy a mi casa también
--me duele mi mano desde la mañana, no sé por qué.
Platicaron un par de minutos más y se fueron cada uno a su auto, él pensó en pedirle su teléfono, pero era demasiado tímido para eso, de hecho no sabía como se había atrevido a invitarle una botella de agua, debió de ser el tráfico de locos.
De nuevo en sus autos, atrapado en la telaraña, despertando poco a poco, escucha algo, tiene miedo, intenta escapar una vez más, pero el dolor de su pata arrancada por el mismo lo hace desistir, no queda más que esperar; ella se acerca despacio, moviendo lentamente cada una de sus enormes patas, como si cada paso lo meditara antes de darlo. Era verdad, son realmente impresionantes de cerca. De la boca le salían dos puñales como de acer, y de sus patas filos de jade.
Llego imponente frente a él, que yacia impotente, hizo un último esfuerzo por liberarse, en vano. Una de las patas delanteras de el increíble verdugo se levantó haciendo brillar su jade, el tiempo se detuvo..."Muévete imbécil!!!" esas imagenes de la araña y el moscardón no le estaban pareciendo nada agradables, volteó a ver a la hermosa mujer de los ojos castaños, para olvidar la locura temporal; la vió manoteando, sacando algo de su bolsa abierta que descansaba sobre el asiento del copiloto. De pronto una explosión, mucha confusión, vidrios rotos sobre la cara de ella, una mano que se llevaba el bolso; él salió de su auto desesperado gritando que no con las manos por delante. La mano con el bolso escondía otra mano, con algo metálico que al salir de su escondite lo cegó con su brillo, una explosión más, pero esta vez fue mucho más fuerte. La mano adormecida, otra explosión, dolor en el pecho; la araña con un movimiento extraordinariamente rápido, clavó sus puñales de jade sobre el pecho de su cuerpo de moscardón y le abrió el pecho para clavar sus colmillos y chupar y chupar, él reía soñando todavía en que era humano y que estaba tirado entre los autos derramando su sangre de moscardón.

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