viernes, mayo 21, 2004

Desde el infierno, con amor.
Esa tarde ella, como casi todas las tardes nubladas, tenía ganas de hacerle el amor; así que le llamo: ¿Vienes? --sí. Ella estaba segura de que no le diría que no.
Como siempre que estaban sobrios, se preguntaron a dónde ir a beber. Cualquier lugar estaría bien.
Llegaron ebrios y empezó la ceremonia que conocían tan bien, tantos años haciendo el amor...
Él eyaculó satisfecho dentro de su vagina mientras ella pedía que le pegara

-¡Pégame puto! ¡Pégame!

Sus chillidos se volvieron insoportables --pégame maldita marica!!
y la golpeó en las nalgas, ofendido, con odio; en ese momento, ella se vino.
Los dos descansaban juntos, jadeantes, él pensaba en cómo había llegado a esto, ella no pensaba en nada y se dedicaba a disfrutar del olor a fruta podrida que salía de sus cavidades.
Él jugaba con esa estúpida máscara de pajarraco que siempre se ponía para excitarla. Aspiró las plumas que salían de lo que sería el pico, olía a fruta podrida también, como toda ella.
Ella le dió la espalda, se tocó las nalgas aún adoloridas y abrió la boca para sacar su lengua obscena y preguntarle: ¿Me amas? nadie te da lo que yo te doy, nadie te lleva hasta ahí.
--Sí. Apenas se escuchó.
Se levantó y fue a buscar su botella de vodka debajo de la cama. Ahí estaba medio vacia y cuando la tomó entre sus manos cubiertas de fluidos ya blanquizcos, golpeo con ella el piso y se escuchó música; él sonrió satisfecho de haber producido música, ella pidió desdesperada un trago.
No se preocuparon por el agua o por hielo o por jugo, como siempre hacían en el bar, antes de perder la razón y terminar en el departamento de ella. Allá siempre pretendían, aquí se conocían. Allá él la odiaba, su cuerpo obeso, disfrutaba de sus comentarios hirientes, eso sí, pero casi no la escuchaba porque miraba a las niñas pasar con esos cuerpos perfectos que les compraba el dinero de sus papis y se preguntaba como sería estar con ellas, como sería jalarles el cabello mientras las embisten por detrás, escuchar sus gritos, sus llantos, ver su sonrisa satisfecha.
Imaginar todo eso lo ponía estúpidamente excitado, luego llegaba el vodka y el bebía alegre. Después de la quinta ronda, empezaba el juego de manos por debajo de la mesa con la obesa, él de pronto se resistía y se iba a ligar a alguna niña bien. Ella no se preocupaba,sabía que regresaría derrotado y caliente y que sería ella quien le quitaría las ganas y le explotaría la piel.
Así era siempre y fue precisamente en una de esas noches que ella olvidó el día, estaba demasiado ebria, intentaba hacer cuentas con la cara enterrada en la almohada, él la golpeaba y le jalaba el cabello furiosamente mientras metía su pene en ella, ella seguía sumando, uno, dos, tres, él seguía cada vez más rápido, diez, once, doce, él no paraba de golpearla --así te gusta perra? trece, catorce, quince! semen tibio dentro de su vagina, en un día como ese.
Ella lloró, él se sintió herido en su orgullo, se vistió, tomó la botella semivacia y se fue con tanto coraje que rompió la puerta al salir. Él juró no volverla a ver.
Ella juro que él siempre sabría de ellos, porque en ese momento ella estaba seguro de que guardaba a alguien dentro, que se acababa de concebir.

El tiempo pasó y ella no menstruó; le llamó, no estaba. No era nada nuevo, le dejó un recado, nadie se lo daría; daba lo mismo. Esperó acariciando su máscara de pajarraco bizarro, imaginó a su hijo, acarició su vientre y sonrió.
Salió a la calle y compró todo lo necesario para su hijo, un moisés, una pijamita y lo hacía con un profundo amor, llena de ilusión. Las vendedoras de las tiendas incluso, disimulaban su repulsión de ver su cuerpo y de sentir su olor cuando la veían actuar con tanta parsimonia y ternura.
LLegó a su casa, ya era noche, él debería de estar durmiendo o a punto de hacerlo. Marcó el teléfono, él lo escuchó llamar, se acerco y vio en el identificador aquél número que le causaba tanta irritación, no contestó; pero se quedó sentado escuchando la grabación "Ya sabes qué hacer después del beep" --- beep--- "Te juro que siempre sabrás de nosotros, te lo juro".
Él se fue a la cama, ella apagó todas las luces, menos su lámpara de cabecera que apenas alumbraba, se sentó en su mecedora frente a la ventana, y v de vez en cuando volteaba a ver su recamara redecorada para su bebé. Bajó a la cocina, tomó el único cuchillo que tenía, tomo una naranja, un plato y subió. Una vez sobre la mecedora, se desabotonó la blusa y tocó sus senos, intentó masturbarse pensando en la última vez que estuvieron juntos, pero no lo logró, el odio fue más grande que el deseo. Volteó hacia su vientre y grito "!!por tu culpa imbécil!!" y decidió apuñalarlo con ese cuchillo que tenía entre las manos, lo escuchó gritar y ella sintió placer y gritó también. "Así te gusta perrita?".
Tardaron cinco días en sacarla de ahí, con el vientre desecho, los vecinos no soportaban el olor. El forense que la recogió lloró.
La gente le avisó a él.
Él no sintió nada, más que alivio "Quien sabe en que anduviera metida, si nos conocíamos, pero muy poco".
A los siete días de que él se enteró, regresaba del trabajo y vió una postal bajo su puerta, la tomó sin importancia hasta que vio que decía "Con amor desde el infierno" la volteo para ver la imagen --Sólo nos faltas tú. Gritó, se arrastró, pidió perdón, pero al final llegó hasta la botella de vodka y dijo sollozando -- Ahí voy.

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