martes, marzo 30, 2010

Perfecta Desolación

Y entonces como todas las noches, salió de su trabajo con ganas de que algo diferente pasara. De que en el camino de su oficina a su carro, ella le llamara y le dijera que nunca pudo vivir sin él, o de que alguna otra le llamara y le pidiera perdón o de que alguien más le llamara para decirle que a tal o cual le ha ido muy mal, pero nunca sucedía, lo más que escuchaba era el "click" de sus puertas y el sonido de su cuerpo deslizándose por la vestidura de piel, el sonido de la radio. No importaba qué canción, sólo era ruido, ruido que callaba sus voces internas, ruido que callaba su soledad...su miseria, su incapacidad de vivir, de olvidar y a veces, de sentir.
Le llamó a su esposa desde el auto y le preguntó por sus hijos, estaban bien, dormían. Le preguntó por su día y todo iba bien, como siempre, eso era lo que le molestaba, que todo iba siempre bien. Finalmente, le dijo que la amaba y se lo dijo mil veces pero lo dijo para convencerse a él, no para demostrárselo a ella, para convencerse a él mismo de que eso era verdad. Tenía que convencerse de que amaba a su esposa, de que las otras habían quedad atrás. Tenía que dejar de pensar en qué había sido de ellas, tenía que dejar de pasar por la casa en la que fue feliz jugando a ser infeliz, tenía que dejar atrás el perfume, las canciones, los recuerdos, así, su conjuro era un "te amo" para su esposa. Su esposa perfecta, con quien tenía unos hijos perfectos y tenía una vida perfecta que estaba en todas las portadas de "sociales" de la prensa. Él lo tenía todo, una mujer hermosa, elegante, hijos iguales a su madre, éxito, autos de lujo, dinero, casas enormes, admiración, pero no se tenía a él, ni a su familia, ni a su dinero, ni a su éxito, él no tenía nada en realidad, sólo tenía recuerdos. Recuerdos que lo asfixiaban, despacio en la mañana e insoportablemente fuerte por la noche. Recuerdos que lo esperaban como un asesino a sueldo detrás de una cortina, escondido en un restaurante o detrás de una canción y que nunca lo dejarían en paz, nunca, y él lo único que atinaba a decir era "te amo" a su esposa y seguía repitiéndoselo a él mismo todo el camino a casa, cuando apagaba el motor, cuando entraba a cenar algo perfecto que cocinó su esposa para él, cuando besaba la frente de sus hijos... a veces se sentía desesperado por preguntarse como hubieran sido ellos si su madre fuera alguna de ellas y corría desesperado, avergonzado por esos pensamientos y apuraba una copa de cognac y la tragaba con furia, como su penitencia, como si el alcohol pudiera lavar el remordimiento, y tomaba otra y otra más y otra más, hasta que adormecido podía entrar a su recámara perfecta y besarla a ella, a la esposa perfecta y le decía "te amo" mecánicamente, otra vez el conjuro... apagaba las luces y a veces incluso, si el cognac había sido suficiente, le hacía el amor y hasta pensaba que lo disfrutaba. Apagaba las luces y dormía. Despertaba sintiendo como la asfixia era menor, siempre era menor por las mañanas...
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